lunes, 17 de octubre de 2011

EL TONO CRISTIANO AL HABLAR



Es importante cuidar el lenguaje cristiano a la hora de predicar, de la catequesis, de la formación.

El tono debe ser positivo, alegre, esperanzador porque "evangelio" es de por sí "buena noticia", un anuncio que provoca estupor, respuesta, adhesión, luz.

Sin embargo, la forma de expresión cristiana puede encontrar un escollo formidable en el interés por la moral, llegando a convertir el catolicismo es un moralismo, donde el hombre sólo tiene obligaciones (de todo tipo) y se urge a su realización de manera radical, con las propias fuerzas, propósitos y normas. En lugar de convertirse en "buena noticia" se convierte en un catálogo de obligaciones cada vez más aplastantes.

La Iglesia ofrece al mundo una visión positiva e inspiradora de la vida humana, la belleza del matrimonio y la alegría de la paternidad. Esto se arraiga en la infinitud de Dios, transformando y ennobleciendo el amor para todos nosotros, que abre nuestros ojos a reconocer y amar su imagen en nuestro prójimo (cf Deus Caritas Est, 10-11 et passim). Aseguraos de presentar esta enseñanza de esta manera que sea reconocida por el mensaje de esperanza que es. Con demasiada frecuencia, la doctrina de la Iglesia se percibe como una seria de prohibiciones y posiciones retrógradas, mientras que la realidad, como sabemos, es que es creativa y dadora de vida, y se dirige a la realización más plena posible del gran potencial de bien y a la felicidad que Dios ha puesto en cada uno de nosotros (Benedicto XVI, Discurso a los obispos de Escocia en visita ad Limina Apostolorum, 5-febrero-2010).

La predicación cristiana muestra "una visión positiva e inspiradora de la vida humana", por tanto, la alegría de vivir como un don de Dios. El tono siempre es positivo: "la belleza del matrimonio y la alegría de la paternidad".

Al final, y como fondo de todo, la enseñanza cristiana debe ser "reconocida por el mensaje de esperanza que es".

Esto implica un cambio en el lenguaje cristiano, en el tono y en la forma, según lo que dice el Papa:
-Sobra el moralismo: predicando sólo sobre el pecado, mandamientos y obligaciones cristianas (éstas realidades, evidentemente, deben ser anunciadas y formar la conciencia, pero reducir todo el lenguaje cristiano a esto no es el camino ni fue el método de Cristo). Es del tipo: "tenemos que", "hay que comprometerse con", "esto es pecado", "las penas del infierno"... con forma imperativa.
-Sobra un lenguaje que busca a todas horas la ortodoxia y mira siempre con sospecha todo brote en la Iglesia, arrojando la ortodoxia a la cara y calificando a los demás de poco "católicos" u otras lindezas. Claro que la ortodoxia es imprescindible, porque es la norma de la Verdad, pero ésta no es un arma arrojadiza como a veces se ve en ciertos ambientes muy católicos: todo les parece modernismo, liberalismo, herejía, falta de amor al Papa y a la Tradición (claro que ellos hablan confundiendo Tradición - que siempre implica progreso fiel - con las pequeñas costumbres y determinada estética barroca) ¿Hace falta explicarlo más?
-Se necesita un lenguaje que lleve al hombre al encuentro con Jesucristo, a la adhesión cordial a su Persona, brotando la esperanza y de ahí una nueva conciencia iluminada (la moral cristiana). Si se me permite un simplismo quasi-demagógico pero ilustrativo: La Iglesia no es una Iglesia del "no" a todo, sino la Iglesia de un "" a todo lo que es verdadero y bueno y bello.

Quien nos escuche en una homilía, un retiro, un grupo de catequesis, una conferencia, un artículo... ¿saldrá con el corazón ardiendo como los de Emaús, con la esperanza y la alegría de la Samaritana tras haber conversado con Cristo? ¿Saldrá reconociendo que lo que ha escuchado se ajusta al deseo más profundo de su corazón y por tanto ha hallado la perla escondida aunque le cueste renuncias? ¿O saldrá más agobiado y desilusionado, pensando y experimentando que el catolicismo lo hunde aún más en su debilidad?

Javier Sánchez Martínez

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