sábado, 8 de octubre de 2011

VALOR DE LOS SACRAMENTALES



Al igual que los sacramentos, los sacramentales son unos canales referidos a la adquisición y distribución de la gracia divina.

Exactamente no son Sacramentos, pues bien sabemos que estos que son siete: Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Confesión, Extremaunción, Orden sacerdotal y Matrimonio, y fueron instituidos por nuestro Señor, y ellos generan per se, la gracia sacramental. En otras palabras, partiendo de una conocida definición, diremos que: Los sacramentos son signos sensibles instituidos por nuestro Señor para significar y producir la gracia santificante en el que los recibe dignamente.

Los sacramentos, son canales específicos, de un incalculable valor espiritual, para las almas que son capaces de saber aprovecharse de este caudal de amor divino, pero en términos más amplios y para las almas que viven en intensidad el amor al Señor, tal como señala Jean Lafrance: Cada acontecimiento y suceso de la vida, cada dolor y gozo, es un sacramento por el que Dios se comunica con el alma de que se trate. Pero también el Señor dona sus divinas gracias, al margen de los sacramentos, si es que hay en el alma de que se trate, un vivo deseo y necesidad de obtenerlas, puesto que Él siempre vive ansioso del amor de sus criaturas y a todas ellas, desea fervientemente reunirlas en la plenitud de su gloria.

Y de la misma forma que el Señor instituyó los sacramentos, el Catecismo de la Iglesia católica en sus parágrafos 1.667/68, nos dice que: La Santa Madre Iglesia instituyó, además, los sacramentales. Estos son signos sagrados con los que, imitando de alguna manera a los sacramentos, se expresan efectos, sobre todo espirituales, obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida" (SC 60. Cf. CIC can. 1166; creo can. 867). Características de los sacramentales. Han sido instituidos por la Iglesia en orden a la santificación de ciertos ministerios eclesiales, de ciertos estados de vida, de circunstancias muy variadas de la vida cristiana, así como del uso de cosas útiles al hombre. Según las decisiones pastorales de los obispos pueden también responder a las necesidades, a la cultura, y a la historia propia del pueblo cristiano de una región o de una época. Comprenden siempre una oración, con frecuencia acompañada de un signo determinado, como la imposición de la mano, la señal de la cruz, la aspersión con agua bendita (que recuerda el Bautismo)”.

Y continúa el Catecismo diciendo en el parágrafo 1.670. "Los sacramentales no confieren la gracia del Espíritu Santo a la manera de los sacramentos, pero por la oración de la Iglesia preparan a recibirla y disponen a cooperar con ella. "La liturgia de los sacramentos y de los sacramentales hace que, en los fieles bien dispuestos, casi todos los acontecimientos de la vida sean santificados por la gracia divina que emana del misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, de quien reciben su poder todos los sacramentos y sacramentales, y que todo uso honesto de las cosas materiales pueda estar ordenado a la santificación del hombre y a la alabanza de Dios" (SC 61).

Los sacramentales, preparan espiritualmente al alma para recibir con mayor provecho las gracias que se obtienen de los sacramentos. Pongamos por ejemplo, el arrodillarse es un sacramental, recibir la eucaristía es un sacramento. ¡Qué duda cabe!, que recibir la comunión de rodillas, como anteriormente se hacía y el Papa desea, ya que él no da la comunión a nadie de pie, es una forma de obtener mayores gracias divinas de la comunión. Son pocas las personas que se arrodillan al comulgar, aunque no haya reclinatorio, pues tal parece que haya párrocos y presbíteros que para despachar más deprisa el tema, prefieren las filas de fieles de pie, y no ponen reclinatorios, aunque solo sea un al lado, ni dan facilidades cuando se les pide. Si uno desea de verdad darle la pleitesía debida al Señor, que no le frene ninguna consideración social o humana y arrodíllese, para recibir al Señor, ¡al cuerno toda consideración o reparo humano! y téngase en cuenta lo que dice San Pablo: Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre”. (Flp 2,10-11).

Son muy variadas las clases de sacramentales que se pueden dar, y quizás por ello no exista un catálogo que las recoja, pero a título indicativo, señalaremos que son sacramentales: El agua bendita, el agua, el aceite y la sal exorcizados, arrodillarse, la bendición, el Crucifijo, los escapularios, el exorcismo, las imágenes sagradas, el incienso bendito, las invocaciones y las jaculatorias, persignarse y santiguarse, las reliquias, las velas, y otras más.

El agua el aceite y la sal, siempre ha sido usados en la Iglesia, como sacramentales, no por su valor material, sino por el valor espiritual que adquieren estos elementos, cuando son bendecidos adecuadamente y la simbología que guardan en cuanto a sus efectos materiales. Así el agua se usa para librarnos del polvo y de la suciedad; por lo tanto puede ser el signo de un lavado espiritual que nos libre del pecado original. Pero también simboliza la vida y la muerte. Uno puede sumergirse en el agua y ser ahogado por ella, y ése es un símbolo de muerte. Pero, después de la inmersión, uno pude emerger del agua, y esta es una señal de resurrección.

El cuerpo del catecúmeno, durante la ceremonia, es tocado con el óleo en tres lugares: en el pecho, entre los hombros y sobre la cabeza. Las primeras dos unciones se ejecutan con el óleo de los catecúmenos y la última con el crisma. El signo de la cruz se verifica con óleo sobre el pecho para indicar que el corazón debe de amar a Dios; entre los hombros para recordarle que debe de llevar la cruz de Cristo, y sobre la cabeza como signo de eterna elección en Cristo, Nuestro Señor. Y en cuanto a la sal, poniéndose esta en la boca del aspirante al bautismo, la Iglesia dice: Satisfacedle con el pan del cielo, para que pueda ser siempre ferviente en el espíritu, jubiloso en la esperanza, celoso en tu servicio, es decir se usa la sal, como símbolo para gustar la divina sabiduría.

Luis de Blosio escribe diciendo: Así cualquiera que ponga una simple flor en un altar por amor de Dios, o adorne la imagen de algún santo con buena y santa intención, sin duda recibirá gran premio. Aquel que sólo inclina la cabeza o se arrodilla para honor y gloria de Dios, no perderá la paga. Dejaremos para otra glosa los comentarios a los diversos sacramentales, y nos centraremos en uno muy importante en nuestra vida espiritual, me refiero a las jaculatorias.

Para poder percibir la fuerza y eficacia de los sacramentales, se ha de disponer de un alma muy entregada al amor de Dios, pues se necesita un cierto grado de finura espiritual, para poderse apreciar debidamente, lo que se obtiene con los sacramentales y más concretamente con las invocaciones o jaculatorias. San Agustín era un pleno conocedor de las jaculatorias y de sus efectos, pues ya alude a ellas en sus escritos. Los antecedentes son anteriores a San Agustín. Estas breves oraciones se llaman jaculatorias porque son como flechas y dardos que se lanzan al cielo y tienen una gran fuerza para excitarnos a la virtud. Se dice que los monjes de Egipto oraban frecuentemente con plegarias muy cortas, que llevaban el nombre de jaculatorias. La invocación facilita la guarda del corazón, cuando un pensamiento en el sentido evangélico, aflora en el subconsciente, antes de que se haga obsesivo hay que aplastar con el Nombre del Señor o de la Virgen nuestra Señora, la sugestión demoníaca y transfigurar la energía así liberada revistiéndola del mismo nombre.

No existe en el mundo remedio más fácil y sencillo, que frente a una tentación invocar el nombre de María. Somos siempre tentados por el demonio, aunque no le veamos ni lo comprendamos pero es así, y así ya nos los advirtió San Pedro, cuando nos dejó dicho: Sed sobrios y vigilad, que vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quien devorar, resistidles firmes en la fe. (2Pdr 5,8). Y la mejor forma de desarmar a un demonio es una jaculatoria o un sacramental. Cuenta un exorcista que una vez fue llamado para exorcizar, a un poseído, y lo primero que hizo fue asperjar agua bendita sobre el poseído. De inmediato con una voz ronca que no era la suya el poseído gritó: ¡Hijo de puta que me quemas! No hace falta aclarar quién dijo esta lindeza.

Cuando no sintamos tentados, invocar inmediatamente a la Virgen la tentación desaparecerá… lo aseguro y juro por propia experiencia, el efecto es siempre inmediato. Muchas veces las cosas para explicarlas y que se comprendan bien hay que llevarlas al absurdo, por ello reto a alguien que sea capaz de ver una revista pornográfica, al tiempo que está diciendo con si boca y su corazón: Madre mía te amo y te adoro.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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